21 de febrero de 1972
Sean mis primeras palabras para agradecer la gestión del señor licenciado Manuel Sánchez Vite, cuya entrega y preocupación constituyen un ejemplo de cómo los militantes responden a las tareas demandadas por el Partido político mayoritario de México.
Por decisión de mis correligionarios asumo la máxima responsabilidad a que como revolucionario mexicano puedo aspirar.
Hoy y aquí debemos todos juntos iniciar una nueva etapa en la vida del Partido Revolucionario Institucional. Una nueva etapa que debe caracterizarse por el aprovechamiento íntegro del impulso adquirido en el pasado, para alcanzar nuevas metas y otear las exigencias del dinámico México de nuestros días.
Difícil por todos conceptos será esta nueva etapa, que por igual demanda sensibilidad, reflexión, estudio y acción ininterrumpida para conjugar el pensamiento que nos orienta con la realidad que debemos transformar, dentro de la legalidad y por la vía institucional. Contamos, sin embargo, con todo lo necesario para salir airosos en esta nueva etapa. Para aguijoneamos, hagamos como si ésta fuera nuestra última oportunidad para hacer todo lo que debemos hacer.
Las lecciones del pasado demuestran la facultad de nuestro Partido para adaptarse a las variables condiciones del país y también para convertir éstas en punto de partida para lograr condiciones nuevas.
Disponemos de un rico legado, de flexibilidad, que ha permitido vencer o eludir obstáculos y superar dificultades, sin quebrantar la línea esencial de los hombres de la Revolución. Sin caer en el disolvente oportunismo, con una receptividad amplia, propia de los partidos seguros de su función y destino, incorporamos nuevas ideas, adoptamos nuevos métodos, nutriéndonos de la problemática misma del país para enarbolar nuevas banderas, para señalar nuevas metas y para proseguir con decisión y prudencia nuestro camino.
El proceso histórico del país es interrumpido a finales del siglo XIX y esto hace que el siglo XX empiece tarde en México. La acción para entrar en el siglo XX, iniciada en 1910, es frustrada por las fuerzas más negativas de México y no es hasta 1917, con un texto jurídico que es norma y síntesis histórica de los afanes y luchas de los mexicanos, cuando entramos de lleno en el siglo XX. La Constitución de 1917 y más tarde la superación de las contiendas interrevolucionarias, permiten no sólo retomar la línea histórica de México en busca de fisonomía en el siglo XIX y consolidar una sociedad laica, respetuosa de las libertades espirituales y políticas del hombre, sólida en cuanto afirma la supremacía estatal, sino también iniciamos en la revolución social. La correlación de fuerzas se altera por un periodo de larga duración, que nos ha permitido, pese a dificultades internas o derivadas del exterior, avanzar con un sano nacionalismo, extendiendo las garantías sociales y dentro de las instituciones, que constituyen, sin lugar a duda, el mejor de los instrumentos para hacerle frente a todos los intentos contrarrevolucionarios, abiertos o encubiertos, directos o indirectos.
Nuestra Constitución, resultado inmediato del triunfo del Ejército Constitucionalista, es el punto central en que convergen los ideales esenciales de los hombres de la Revolución; no es un texto seco, cristalizado; es un texto vivo, que se funda en las relaciones sociales de la nación y permite ser modificado, como lo ha sido, a la luz de realidades distintas y de la ampliación de las ideas, lo que ha hecho que opere como instrumento transformador de la realidad y susceptible de modificarse cuando la propia realidad y el progreso lo requieren. Es un texto jurídico vivo, abierto, en evolución ininterrumpida, por lo mismo que en lo fundamental persigue que los mexicanos obtengan justicia social con libertad y, por lo tanto, el criterio esencial que nos señala consiste en la subordinación, en todo momento y en cualquier circunstancia, de los intereses individuales al interés supremo de la nación.
La Constitución de 1917 y las leyes que de ella derivan, sobre la base de su constante revisión, pueden encauzar el cambio perpetuo de la sociedad. Y yo pregunto: ¿Qué ideología en el mundo se atrevería a hablar de cambio perpetuo? ¿Qué ideología en el poder no piensa que ya realizó totalmente el ideal? Nosotros no queremos engañar diciendo que ya llegamos a un lugar que no existe: Utopía.
En los momentos actuales, cuando el mundo se debate entre ideas antitéticas e intereses encontrados, en que hechos evidentes de una aguda descomposición social aquejan a la humanidad, la Revolución Mexicana ofrece todavía amplias perspectivas para seguir progresando, sin mengua de la libertad, por un camino de independencia, dentro de la paz y siguiendo la vía institucional.
Pacíficamente, fortaleciendo y depurando nuestras instituciones, podremos dominar, conjugando ideas, aquellas fuerzas que suicidamente creen que debilitando las instituciones nacionales, desprestigiándolas, pueden triunfar.
Contamos con instituciones que en su vigencia, lejos de ser valladar para los cambios, los promueven. Defenderemos celosamente las instituciones nacionales, pues con ellas podemos cambiar cuanto sea necesario cambiar, y conservar lo que debemos conservar. Con ellas, coincidiendo en lo fundamental-la subsistencia de la nación y la convivencia pacífica de los mexicanos-, cualquier ciudadano puede, mediante el convencimiento y la persuasión, pugnar por la sociedad que desee, por el futuro a que aspire. Coincidiendo en lo fundamental, podemos discutir y hasta cuestionar todo lo demás y darle distintas opciones a quien tiene que decidir: el pueblo. Con las instituciones, todo, incluso su cambio; contra ellas, nada.
Las fuerzas armadas constituyen una de nuestras instituciones, que por su origen popular, por nacer del fondo del pueblo y haberse mantenido a su servicio, son garantía de evolución institucional.
Nos proponemos ser los autores de todo lo nuevo bueno que el pensamiento humano vislumbre o intuya y que la realidad, más rica que la misma imaginación, reclame, y pretendemos también ser los celosos guardianes de lo viejo bueno que en el país existe. Llevaremos, pues, con las manos limpias, todas las banderas del progreso político, económico, social y cultural de México.
Para lograr la convivencia pacífica, el principio cardinal debe ser que el poder lo ejerzan aquellos que por decisión del pueblo lo representan. Somos el Partido en el gobierno, pero no somos el gobierno. Debemos ser la vanguardia del gran pueblo mexicano. Los hombres en el gobierno no pueden hacer todo lo que quisieran: la búsqueda de la eficacia los limita. La reciedumbre de ciertas realidades, la búsqueda de lo posible, el imperativo de la conciliación de quienes gobiernan para todos los mexicanos y no para un partido, constriñen las aspiraciones de los hombres en el gobierno o los obligan a actuar dentro del gradualismo. Un partido como el nuestro, por el contrario, debe esforzarse continuamente por convertir en realidad todas las ideas que le animan. Comprendiendo que los hombres en el gobierno no pueden hacer todo lo que quisieran, el Partido, instrumento del ascenso popular y garantía de la continuidad profundizadora de la Revolución Mexicana, tiene que empeñarse en crear el clima propicio que haga posible el avance gubernamental. Comprendiendo, asimismo, las limitaciones, debe empujar a que se haga lo más posible, a que se vaya más allá en el camino revolucionario.
Hoy los destinos nacionales están confiados a un hombre que ha surgido de la militancia firme en el Partido Revolucionario Institucional: el ciudadano Luís Echeverría, quien, sacudiendo las conciencias, incitando al ejercicio de las libertades, quiere obtener un nuevo equilibrio de los factores reales de la sociedad mexicana, que dé certidumbre para muchos años de progreso integral de México, dentro de los principios y normas más aquilatados de nuestro proceso histórico. Nuestra obligación es rodearlo, apoyarlo, contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, a que se realice la política al aire libre que postula como jefe del Poder Ejecutivo Federal.
Pero no sólo estamos obligados a apoyado y estimulado, sino también a descubrir las asechanzas que, en momentos como los actuales, puedan presentarse, y a enfrentamos a ellas dentro de esa política al aire libre, ejerciendo al máximo las actividades que nos corresponden para que Impere la fuerza de la política y no medre la política de la fuerza; para que tengamos un México saludable.
Debemos intensificar la formación de cuadros orientados en los principios de la Revolución Mexicana y enfrentamos unidos a provocadores, a quienes pretenden desencadenar fuerzas para justificar un estado de rígido capitalismo meteco, a la luz de peligros reales o imaginarios. La obra común para todos los mexicanos de buena fe, permite el concurso de las mayorías, los esfuerzos de millones de mexicanas y mexicanos en su edificación. Quienquiera que predique la ruptura del orden jurídico nacional es provocador, sepa o no que con dicha ruptura proporciona una salida para quienes quieren el retroceso. Preparando y depurando nuestras fuerzas, impediremos o frustraremos las celadas.
Nuestra tarea fundamental es la actividad ideológica: desmantelar las fortalezas ideológicas de aquellos que se oponen al proceso revolucionario; vencer esas resistencias, no por intangibles menos fuertes; precisar y llevar a sus últimas consecuencias la concepción que nos guía y difundirla, de manera que se convierta cada vez más en el pensamiento común de los mexicanos; ir, en síntesis, a una activa y constante lucha cultural, que supere las resistencias activas o pasivas.
La lucha cultural se impone, dado que sabemos que las ideologías perduran mucho tiempo después de que desaparece la realidad de que surgieron o a que dieron lugar; porque sabemos que las nuevas ideologías empiezan a regir fragmentariamente antes de su triunfo total, combatiendo las viejas y preparando las conciencias para llegar, con tenacidad y paciencia, a orientar las conductas o comportamientos. No estar conscientes de esto es caer en la vaciedad de quienes creen en los bruscos cortes, en las rupturas históricas, que la historia misma desmiente y que únicamente existen en la fantasía. Lucha cultural persistente, que debe inspirarse en un realismo imaginativo y en la tenacidad y la pasión, que ayuden a alcanzar lo que parece sueño.
Recordemos que la teoría absoluta -y los absolutos son peligrosos- la teoría sin práctica, puede llevar a la esterilidad; pero la práctica absoluta, sin teoría, puede llevar a la barbarie. Nuestro Partido está capacitando a sus miembros. Nuestro propósito es capacitar cada vez más miembros y cada vez mejor.
Coloquio constante con todos, piensen como piensen; confianza en nuestras ideas; ver con ojo escudriñador lo que nos rodea; leer con avidez, escribir y hablar, ganar las cátedras, conquistar todas las trincheras ideológicas, ir a las plazas, ser, si esto sirve, hasta predicadores dominicales; dialogar con los campesinos, con los obreros, con la amplia y ramificada clase media, para ser orientados y poder orientar. Llevar la política a todas partes, hasta las academias, si es necesario; aprovechar al máximo la fuerza de la política, que es, en el fondo, nuestra mayor fuerza.
Hagamos más, mucha más política; hagamos mejor política y acabemos con la politiquería. La auténtica y verdadera expectativa del progreso democrático está dentro de nuestro Partido. Tenemos que elevar la contienda interna, ocupamos de las ideas, alzar la mira: que todos los militantes que aspiren a las candidaturas luchen ante la base, convenzan a sus compañeros de partido, obtengan adhesiones por su conducta y su modo de pensar y se olviden de las antesalas y de los corredores en las oficinas de funcionarios o dirigentes. Soluciones en la base y con ella, no arreglos desde la cúpula.
La hipótesis más valedera en los momentos actuales es que el avance democrático debe realizarse primordialmente dentro del Partido Revolucionario Institucional, en posición abierta y crítica, para después concurrir al proceso electoral a ganar en una auténtica emulación con los otros partidos.
No creo en los que dicen no tener ambiciones. La ambición legítima de hacer y de ser son móviles muy eficaces, y ojalá estemos llenos de ambiciosos que quieran ser y hacer. La ambición de parecer, de simular, es una ambición de quinta categoría. Aquellos que crean en las ideas que exponen que digan lo que piensen y que piensen lo que digan, que sean vehementes en su exposición y sinceros hasta el reconocimiento del error, pueden llegar muy lejos en el servicio al país.
En la contienda electoral no queremos ni necesitamos los fraudes. Podemos concurrir con las mejores plataformas, con las mejores ideas de aplicación factible y podemos y debemos concurrir con los mejores hombres: los más cercanos a los obreros, a los campesinos, a los intelectuales, a los técnicos, a nuestra extensa y variada clase media.
La heterogeneidad de nuestra composición es nuestra fuerza; pero si el descuido, la inmovilidad o la inacción nos invaden o contagian, pueden convertirse en nuestra debilidad.
Ser muchos, sí, pero con cohesión, con congruencia, de tal manera que cantidad y calidad coincidan. Y si llegara a presentarse la disyuntiva, escoger la segunda.
Los puntos en que coinciden los integrantes del Partido deben dar origen a un equilibrio firme, no inestable o precario, a un equilibrio que se apoye, nada más y nada menos, en la unidad revolucionaria. Contamos con denominadores comunes revolucionarios que hacen sólida la unidad de nuestro Partido; pero debemos ser precavidos frente a tendencias negativas que actúan en las tinieblas y que pretenden que la unidad incurra en la inmovilidad, que vayamos a la deriva o a la zaga de quienes afuera, irresponsablemente, ofrecen mucho, sabiendo de antemano que no van a cumplir.
Puerta abierta para que ingresen quienes tengan algo que aportar; puerta abierta para que se vayan los oportunistas, mal que sufre cualquier partido en el poder. Padecemos infiltración; pero ésta no es tan grande que pueda dar origen a la escisión. Distinto sería si la dejáramos aumentar. Por consiguiente, depurar puede garantizar la pujanza y la verdadera unidad revolucionaria para el presente y el futuro.
Tan malos como los reaccionarios son aquellos que, siendo de origen revolucionario, se han petrificado en sus ideas y han perdido toda pasión por la actividad, riesgosa pero creadora, de la política.
Así como no basta la violencia para que estemos frente a una revolución, no es suficiente la paz, si no es dinámica, si no es aprovechada para reformas revolucionarias, si no está acompañada de una auténtica voluntad transformadora para que haya revolución. Sabemos que la violencia sólo apuntalaría el retroceso; por tanto, con la fuerza de la política procuremos desterrar las causas que contribuyen a que se generen actitudes antisociales.
A quienes esgrimen ideas, combatámoslos con ideas. Respeto para nuestros adversarios, que no son nuestros enemigos, puesto que son mexicanos. Luchar por que no triunfen en las elecciones, pero ser los primeros en reconocer su victoria cuando ocurra, conscientes de que ésta, más que un triunfo de nuestros adversarios, es una autoderrota, y que debemos, rápidamente, eliminar todo aquello que nos condujo a ella.
Al igual que la historia de México no puede concebirse sin nuestros antecesores ideológicos y quienes en aquel entonces se les enfrentaron, la historia actual tendrá que ser hecha por nosotros y los que en contra de nosotros estén.
Respeto para quienes, pensando distinto a nosotros, a través de partidos políticos, tratan de disputamos la confianza del pueblo; respeto también para aquellos que, pensando distinto a nosotros, no han querido o no han podido organizarse en partidos políticos. Rechazamos, por principio, la infalibilidad doctrinal o electoral. La urbanidad en las relaciones políticas es requisito para la convivencia pacífica. Seremos inflexibles en la defensa de las ideas, pero respetuosos en las formas, pues en política, frecuentemente, la forma es fondo.
Contaremos en todo momento con la experiencia de los viejos militantes de nuestro Partido, aquellos que en el sector campesino, en el sector obrero, en el sector popular, han luchado largamente y con denuedo por obtener mejorías no sólo económicas, sino también políticas y de todo orden para quienes representan.
Sólo los necios rechazan la experiencia acumulada. Prescindir de ella nos haría incurrir en errores por olvidar cómo se han sorteado en el pasado problemas, si no iguales, sí similares a los que tenemos en el presente. La experiencia evita pasos en falso. Necesitamos, asimismo, contar con el ímpetu, con la intrepidez de los jóvenes para dar, de este modo, pasos firmes, por estar aconsejados por la experiencia, y audaces, por obedecer el ímpetu juvenil.
México es un país de jóvenes. Consciente de ello, el Presidente Echeverría ha obtenido reformas que facilitan a los jóvenes su participación en los puestos representativos. No es una promesa para los jóvenes, es una invitación a que actúen políticamente ahora para que ayuden a forjar un mejor mañana.
Combatiremos cualquier barrera para el ascenso político de las nuevas generaciones; combatiremos barreras protectoras que impidan el descenso de los que, por incapacidad o falta de corrección en sus actuaciones, deban descender. A los jóvenes y a los que no lo somos nos inquieta el futuro de México; mas esta inquietud debe traducirse en la acción necesaria para construirlo.
No creo en los conflictos generacionales en el México actual. Casi siempre los conflictos generacionales encubren conflictos reales, materiales, de la sociedad. A través de la lucha generacional se puede desviar la atención sobre los problemas fundamentales de México. Hay viejos que ven estos problemas y tratan de resolverlos; hay jóvenes que también se eI.1frentan a los problemas. Hay jóvenes y viejos que resuelven su situación personal, se acomodan y olvidan los problemas de la sociedad mexicana. Jóvenes y viejos de este Partido debemos ocupamos de los conflictos reales, que están en la entraña de nuestra sociedad, de las contradicciones no abordadas, de las injusticias no eliminadas, de los problemas que no se tocan por temor a los intereses creados y de las reformas que no se han emprendido por timidez o miedo a lo nuevo.
Creo sinceramente que ayudaremos al ciudadano presidente de la República si, frente a las tensiones sociales, que obviamente existen, seguimos una política social y económica de prevención, de ser posible, o el empleo de métodos que las superen y, en última instancia, provocar que estas tensiones se exterioricen, se expresen, pues con su mera expresión se obtiene alguna distensión, algún alivio.
No hay dos Méxicos. Hay un solo México, compuesto por muchos: el México de la comunidad indígena de economía consuntiva; el México de la ignorancia y el hambre; el México mudo, sin comunicaciones, de agricultura rudimentaria, marginado; el México agrícola próspero; el México industrial. Hay, formando México, muchos Méxicos, que van del México del hambre al México del despilfarro.
México necesita crear riqueza y repartirla; crear para repartir y repartir para crear. Romper el círculo vicioso de la miseria es más arduo. Los ingenuos "desarrollistas" creen que rompen el círculo de la miseria cuando dan vueltas en el propio círculo.
Nuestra Revolución no es "desarrollista". Para romper el círculo, empezó por repartir e incrementar el poder de compra -reforma agraria y política obrera-, rescatar recursos naturales e industriales básicos. De esta manera se crearon intereses que le sirvieron de apoyo e hicieron posible su ascenso. No sabíamos cómo hacer la Reforma Agraria, pero la hicimos. Había pocos obreros cuando éstos se organizaron. En ese entonces se dijo que la organización de los obreros impediría la erección de fuentes de empleo: hoy existen millones de obreros organizados y miles de empresas industriales. Ciertamente que nos faltan fuentes de empleo, pero no es por la política social revolucionaria, sino a pesar de ella.
Sustituyendo importaciones y fomentando exportaciones de productos característicos, el país, sustentándose en su agricultura, ganadería, recursos naturales y turismo, levantó una estructura industrial. Queda mucho por hacer en materia de sustitución de importaciones; pero, sin abandonar esta política, México necesita incrementar sus exportaciones, diversificar geográfica y económicamente su comercio exterior.
Sí, hay que exportar más y en mayor variedad; pero la experiencia del desarrollo hacia adentro debe orientarnos en el desarrollo hacia afuera: no fundar la exportación en la congelación de la política social. No se trata de exportar miseria convertida en producto natural o manufacturado. Se trata de exportar y de producir para dar bienestar a quienes carecen de él y aumentarlo a aquellos que lo alcanzan insuficientemente. Deseamos una sociedad con un mínimo común.
No queremos una sociedad amenazada por un doble temor: el temor de muchos al hambre, a la inseguridad; y el temor de pocos a perder lo mucho que tienen, cuando los muchos que no tienen o casi no tienen lleguen a la desesperación.
México tiene que invertir: toda sociedad invierte aquello que le sobra frente a sus consumos y gastos: invierte el excedente económico. ¿Dónde está el excedente económico en México? En las clases de altos ingresos.
Mucho del excedente se va a la "desinversión", al gasto suntuario y superfluo. Con que se redujera un 50% de este gasto superfluo, absurdo, ramplón, y se invirtiera productivamente, el país crecería anualmente un 3% más, por lo bajo. ¿Podrán las clases que disponen del excedente económico persuadirse de la necesidad de invertido y no despilfarrado? Muchos pequeños y medianos inversionistas viven austeramente; conscientes de nuestros problemas y necesidades, prefieren crear un empleo a comprar una alhaja. Empero, ésta no es la situación general.
El excedente económico para la inversión, en parte debe ser recogido por el Estado, para que éste pueda hacerle frente a sus gastos corrientes y a inversiones productivas; el resto debe ser invertido y no despilfarrado por quienes disponen de este excedente. Es indispensable mantener una política de máximo empleo y de combate frontal al subempleo -ocupación no remunerativa para quien la ejerce ni productiva para la nación-, de manera que logremos implantar un derecho básico: el derecho al trabajo.
Clave para una economía bien ordenada es la regulación estatal. El Estado en México debe regir la economía. El que el Estado desempeñe un papel decisivo, de promoción, regulación, impulso, ordenación y suplencia, no es, ni con mucho, reciente; casi es consustancial a la organización de la sociedad. Por eso, precisamente por eso, se ha dicho que el "dejar hacer" fue planeado, y la planeación, la intervención del Estado surgió espontáneamente. Surgió sola, como una necesidad imperiosa de la sociedad. El Estado tiene que intervenir, persiguiendo los fines superiores de la colectividad, articulando los distintos y contrapuestos intereses, implantando orden en el desarrollo económico, supliendo omisiones de inversiones en ciertos campos e impidiendo la saturación en otros. De numerosos instrumentos dispone el Estado para intervenir en la vida económica: dirección monetaria, política fiscal, política de comercio exterior, política social, empresa de Estado, etc.
La inversión estatal de promoción abre las brechas. En algunos casos, cuando el Estado impide que el particular invierta en terrenos a punto de ser saturados, se defiende el interés nacional, pero también el interés del particular, que, de intervenir, perdería.
Es curioso cómo la polémica inversión del Estado-inversión privada se resucita con una regularidad casi cronométrica cada principio de sexenio. Hay aquí una paradoja: a los grandes inversionistas les gusta invertir donde por reglamentación no pueden. Parece ser el típico antojo del fruto prohibido.
México tiene una tradición de empresa de Estado: para el control de los recursos naturales, renovables o no; para los servicios públicos concernientes al Estado; para inversiones convenientes al país, pero de redituabilidad a largo plazo, que el sector privado no apetece; para desarrollar zonas deprimidas; para crear polos de desarrollo económico y social; para suplir omisiones; para promover actividades privadas complementarias de la inversión pública.
Vengo de la empresa pública. He puesto todo lo que he podido a su servicio. En ella he creído encontrar un factor transformador de la realidad nacional para el bien, que sólo los ciegos pueden negar. Toca a la empresa de Estado o paraestatal ser modelo en sus relaciones con los trabajadores, crear conciencia en éstos de su trabajo, de lo que con él se produce para la nación. En nuestra acción transformadora, la empresa de Estado desempeña un papel decisivo.
La militancia política la inicié en 1939 como modestísimo ayudante del gran revolucionario Heriberto Jara en el Partido de la Revolución.
Porque tenemos un pensamiento económico y social, estamos convencidos que Revolución y poderío económico personal no son conciliables. En este partido no tienen lugar los económicamente poderosos ni aquellos que los sirven.
México dispone de una amplia clase media, en ciertas capas pujante en el crecimiento; en otras, incierta todavía en su función social y atemorizada. Tradicionalmente se pensó que las clases medias eran estabilizadoras. En la actualidad, en los países en vías de desarrollo o subdesarrollados, las clase medias son inestables e inestabilizadoras. Queremos que la clase media mexicana sea levadura para el progreso integral de México. Trataremos de dialogar con todas las capas de esta clase media. Su participación creciente en la vida política asegurará sus legítimas aspiraciones y contribuirá al futuro común de los mexicanos. Singular importancia tendrá la mujer en las actividades de nuestro Partido. Ejerciendo sus derechos ciudadanos, contribuirá con su especial enfoque el análisis de las situaciones políticas y podremos aprovechar su concurso decisivo.
Cuidémonos de los a prioris, de lo preestablecido. Bienvenido todo lo que de dentro de nuestro Partido o de fuera ayude a la renovación permanente en que vamos a vivir. Lejos estamos de ser una organización inmutable. No tenemos ataduras. Creemos que la palabra revisión es clave para la acción revolucionaria.
Lo hemos dicho y lo reiteramos: somos partidarios de reformas revolucionarias, no reformistas; reformas rápidas y profundas, pero armonizadas entre sí y con el todo social, de modo que su adopción no resulte contraproducente al objetivo de justicia social y libertad personal que perseguimos.
Nuestra Revolución es nacional, popular, social, democrática y liberal. Liberal exclusivamente en el sentido ético-político, en cuanto cree en la alta estirpe de la libertad espiritual del hombre, en cuanto para ella, desde sus orígenes, restringir o lesionar la libertad de un hombre es restringir o lesionar la libertad de todos los demás hombres. Nuestra Revolución es democrática porque cree que el pueblo es el autor y actor de su propio destino. Es social porque cree que no puede haber auténtica libertad individual si no se garantiza el justo reparto de bienes. Es popular porque nació del pueblo mismo y es éste quien la sigue realizando. Es nacional porque nació de ingentes realidades propias y de ideas universales debidamente asimiladas, con el método de incorporar y desechar.
Es nacional porque tiene su propia línea independiente. Esta línea nacional independiente no nos excluye del mundo. Todo partido nacional y revolucionario debe tener una posición internacional. Nosotros la tenemos: somos antiimperialistas; estamos con los pueblos que luchan por su libertad, que se oponen a la intervención, que intentan romper las cadenas de su opresión. Con particular calor y afecto estamos con las causas de los pueblos hermanos de Latinoamérica.
Todas las causas justas en el mundo contarán con nuestra simpatía y solidaridad. Estamos con las causas de los pueblos oprimidos y, en primer lugar, con la de los oprimidos de México. Somos independientes de las directrices de otros países, sean revolucionarios o no. Nunca deberemos estar sujetos a consignas externas. Ni emblemas, ni símbolo, ni nominalismos nos obligarán a seguir líneas que no correspondan a nuestra línea nacional de independencia, solidaridad con los pueblos oprimidos, antiimperialismo, frontera abierta a todas las ideas y libertad para seleccionarlas y practicarlas. Lo que no queremos que nos hagan, no queremos que se lo hagan a ningún pueblo. Juárez dio un ejemplo de validez universal. A todos aquellos que luchen por la independencia de su pueblo, como Juárez, nuestra solidaridad.
Apoyaremos a los pueblos en sus contiendas; condenaremos a gobiernos que, por potencia nacional u otras causas, sigan políticas contrarias a la independencia de las colectividades, a su autodeterminación; a las pugnas de cada pueblo por forjarse su destino y su modelo a alcanzar, acorde con su propia peculiaridad. Defenderemos los derechos de todos los pueblos para obtener su modelo nacional y por seguir su vía nacional.
La política demanda pasión, pero, a la par, mesura, sosiego interno, dominio de sí mismo, para no intentar dominar a otro u otros; aspirar a dominar las cosas y no los hombres. Estamos al servicio de la libertad de todos: queremos hombres libres en los sindicatos, en las ligas campesinas, en las organizaciones populares; hombres libres en los partidos, hombres libres en la sociedad.
Vamos a hacer política. La política -"difícil pero preciosa" - abarca muchas cosas, pero si en algo hay consenso, éste consiste en que es educación, empezando por la propia y la autoeducación colectiva. Hagamos, pues, política en todas partes: en el hogar, en el ejido, en la fábrica, en las escuelas, en los municipios, en los clubes y asociaciones; política en todas partes y a todas horas.
Tenemos mucho que hacer, pues perseguimos un enorme propósito: que nuestro Partido sea el pueblo -revolucionario por antonomasia- unido y organizado. Para cumplir nuestras tareas todo nos podrá faltar, menos esperanzas. Estamos obligados a emprender numerosas acciones, pero con realismo, sin el enervante pesimismo ni el ingenuo optimismo. Con decisión, audacia y cautela, con un optimismo saludable, por realista, iniciamos una nueva etapa en la vida de nuestro Partido.
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